viernes, 7 de marzo de 2014

Yo soy modernista


Bueno, en realidad casi todos somos modernistas, incluidos los tradicionalistas, salvo que seamos santos. Esto puede chocar al lector, pero voy a explicar el por qué de mi pensamiento.

Es difícil definir el modernismo religioso pero básicamente se trata de una corriente de pensamiento que bebe de las filosofías ateas, racionalistas e inmanentistas del s.XIX. La definición parece ambigua. De ahí la importancia de la encíclica Pascendi en la que Pío X hace un meticuloso retrato de estas nefandas ideas, a las que el santo acusó de componer, más que una herejía, la síntesis de todas las herejías, porque en vez de proclamar un error abría paso a todos ellos.

En todo caso, aunque la encíclica habla de las consecuencias del modernismo, Pío X lo describe principalmente en su forma teológica. O sea, que este papa habla de la justificación que los teólogos modernistas dan de las escrituras, los dogmas y las verdades de fé. Pero el término se usa hoy extendidamente como aquel pensamiento que emana de la cultura contemporánea (y de la de Pío X) en la que los creyentes enfocan su catolicismo bajo una perspectiva relativista, descreída, racionalista (que no es lo mismo que racional), panevolucionista, chaquetera, etc. Al fin y al cabo esas eran las consecuencias de esta teología.

¿Pero cual es el origen profundo y definitivo del problema? La fe modernista es hija de las filosofías posteriores a la ilustración anticatólica, y ambas son hijas al fin y al cabo de la falta de fé, la concupiscencia y el orgullo de querer justificarlas. Estos son los orígenes. ¿Por qué?

Si defiendes que los milagros son metáforas es porque no te los crees; si defiendes que los dogmas evolucionan es para poderles dar otro sentido ante tu falta de fe; si defiendes que ciertos principios morales son moldeables es porque no los quieres suscribir a rajatabla; si das a la religión una dimensión principalmente humana es porque desprecias su dimensión medularmente divina. En resumen, son excusas, argumentos, que dan una salida digna a tu falta de fé o a tu concupiscencia.

Cuando nos cuesta creer o cumplir algo, tendemos a justificar nuestra bajeza y a querer engañarnos para hacer ver lo malo como bueno. Como decía, falta de fé y concupiscencia, y por supuesto el orgullo que nos conduce a disfrazar esa verdad para mantener la cabeza bien alta y poder seguir instalados en la mentira.

Si hacemos un serio examen de conciencia, adivinaremos que muchas veces hemos sido modernistas, incluso sin darnos cuenta. Quizás no tan contumaces como los militantes, pero modernistas al fin y al cabo. Y como las faltas que he descrito como origen del modernismo son tan elementales que se han dado y darán en todos los tiempos, debemos prepararnos para luchar contra este mal que sólo se vence con la Gracia. Por eso, siguiendo un consejo amigo, hay que rezar más.

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