jueves, 27 de marzo de 2014

¿EL RADICALISMO ES BUENO?


Hoy día el radicalismo está denostado. Al menos de cara a la galería, porque se da la paradoja de que la izquierda, siempre presumiendo de su moderación, es más que radical y goza del favor de los medios de comunicación. Pero como un buen cristiano no ha de fundar su vida en apariencias sino en verdades, merece la pena hacer una reflexión sincera sobre si es bueno o malo que seamos radicales.

Pues depende. Hay dos tipos de radicalismo:

El primero consiste en llevar a extremos una posición. El problema está en que la ideología y los métodos se desfiguren. Es decir, que en su deriva por defender una verdad, esta se exagere y así incorpore el error. Por ejemplo, si alguien por amor a su patria cae en un extremismo que le haga creer que su país no tiene fallos, estará errado. Y si alguien en amor a unos buenos principios actúa de forma desproporcionada, por ejemplo con un uso injustificado de la violencia, también caerá en un radicalismo que ha tergiversado la nobleza de su causa. Suelen ser obtusos y no entender de matices. Este es el radicalismo que es justo denostar.

El segundo tipo de radicalismo podría ser identificado con la coherencia. Coherencia y fidelidad en la fe o ideología, y en todos los casos y circunstancias. Un radical de este tipo no creerá que su patria no tiene fallos. Pero si es capaz por ejemplo de dar su vida por defender su nación, será consecuente consigo mismo hasta el extremo, sin que por ello se convierta en un desalmado sino en un héroe. Pueden entender de matices y no por ello ser relativistas. Por ejemplo, Jesús fue misericordioso con la adultera, con lo cual rechazó el primer tipo de radicalismo, pero no por ello dejó de reconocer el pecado de la misma con su "vete y no peques más". Queda patente que no hacía excepciones a la moral.

El problema está en que a fuerza de hablar genéricamente del radicalismo la gente confunde el primer tipo con el segundo. Alguien podría decir de este último tipo de radicalismo que no se puede identificar como tal. ¿Pero por qué no? Palabras como "radical" tienen una amplitud semántica considerable, y cuando se anatemiza cualquier concepto, este y todas sus acepciones quedan condenadas por el común de los mortales. La prueba está a nuestro alrededor. Si alguien por fidelidad al Evangelio no acepta las uniones homosexuales es sospechoso de radicalismo. La gente cree que es noble hacer excepciones a la moral. Confunden la inquebrantable coherencia con la hipérbole. La justicia con la hostilidad.

Pues ya sabéis qué radicalismo es bueno. Lo advierte el Evangelio: "a los tibios los vomitaré de mi boca".

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