sábado, 1 de marzo de 2014

Antonio Mairena, el hereje.


Antonio Mairena, cantando por soleares (de Triana, cómo no),  decía:

  "Yo te quiero más que a Dios
   Jesús qué palabras he dicho
   que yo merezco la Inquisición."

Hecha esta sentencia, quizás habría que preguntarle a Mairena: ¿Y por qué quieres tan poco a esta mujer?

El genio del flamenco me hubiese mirado perplejo. ¿La pregunta no sería que por qué no quiero más a Dios? En apariencia, la soleá deja bien claro que no se puede querer más a la amada.

Pues no. De este cante se infiere un escaso amor por Dios, pero también un escaso amor hacia esa mujer. Imaginemos que nos referimos a una esposa. ¿Se la puede querer más que a Dios? Es que es tan buena, es que es tan guapa, es que es tan perfecta... Pero caeríamos en la idolatría, y entonces tendríamos que hacernos otras preguntas: ¿el esposo sería capaz de perdonar una infidelidad por parte de ella? ¿No le supondría un trauma insalvable? Tanto la elevó al cielo que de la caída se mató. ¿Cuanto le dolerían los injustos reproches propios de muchas parejas en el día a día? ¿Y qué ocurriría si ella le abandona? ¿Y acaso el amor no se iría marchitando por esa actitud humillante que no da más que motivos para que la esposa no valore a su apocado vasallo? Pero sobre todo, ¿ante quien encomendar el matrimonio para que este siga adelante?

Si el protagonista de este cante tuviese un amor ordenado, con Dios en el centro, estos baches sentimentales se superarían y podría perdonar. Pero si el centro de su vida sólo lo ocupa ella, será difícil que pase por alto las grandes decepciones que nos dan las personas a las que queremos. Se rompe un mito y no hay altura de miras para el perdón. No puedo evitar acordarme del enamorado, que de tanto querer (?), la mató a ella, a los hijos, y se suicidó.

Y es que Dios es sabio. Cristo es sabio. Y por algo la escala de valores que nos legó a todos no se puede permutar. Por eso el humanismo sin Dios, paradójicamente, en vez de encumbrar al hombre lo degrada.

Amarás a Dios por encima de todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo.

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