miércoles, 1 de enero de 2014

Los judíos se tienen que convertir. No creemos en un mismo Dios.


Me ha sorprendido la frase contraria, procedente del miembro de una fraternidad dedicada al acercamiento entre judíos y católicos. "No hace falta que los judíos se conviertan. Creemos en un mismo Dios." A decir verdad es lo que me han contado, así que no puedo asegurar si es la postura de toda la fraternidad, de solo un miembro de su institución, o incluso si él no dijo exactamente eso. Pero como estas palabritas se oyen mucho y dan lugar a la confusión, aprovecho para hacer una breve reflexión.

Lo primero vaya por delante que admiro a esta raza es por su inteligencia, cantera indudable de científicos, intelectuales y artistas. Así mismo, siento sincera compasión por las persecuciones que ha padecido a lo largo de la historia y me molestan las actuales difamaciones con las que se les atacan falseando su historia, sobre todo en lo que se refiere a la formación del actual estado de Israel. Si alguien quiere conocerla sólo tiene que buscar en la Wikipedia. También me escandaliza el espectáculo bochornoso con que los medios de comunicación europeos apoyan la actitud de los vecinos de Israel frente a éste. Para ellos Hamás tiene más legitimidad que este estado democrático. Y no crean que mi posición al respecto es políticamente correcta como puede suceder en algunos sitios de Hispanoamérica. Aquí lo políticamente correcto es lo contrario.

Rechazo la idea de que la frase “que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos” tenga que cumplirse. Es cierto que lo dijeron, pero también es cierto que si mi padre me maldice, por mucho que quiera, yo no tengo por qué cargar con la maldición. Cada cual es responsable de sus actos. Otra cosa es que el acto de un judío de hoy sea la negación de Cristo. Eso sí es un acto indudable y responsablemente suyo. Aunque también habría que ver hasta qué punto esa persona ha podido saber realmente del Rey de Reyes.

Dicho esto, acerca de la Salvación, el Nuevo Testamento dice más que repetidas veces que es necesaria la fe en Jesús para alcanzarla. “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado se salvará, más el que no creyere se condenará” (Marco 16, 15-16) “¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo.” (1 Juan 2:22). “Todo aquél que niega al Hijo tampoco tiene al Padre.” (1 Juan 2:23) “porque si alguien no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3,5), “El que cree en el Hijo tiene la vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que está sobre él la cólera de Dios” (Juan 3,36), “Jesús les dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14,6), “Os doy a conocer, hermanos, el Evangelio que os he predicado, que habéis recibido, en el que os mantenéis firmes, y por el cual sois salvos…” (1 Cor 15, 1-2), etc.

Ante esto la Iglesia sentenció como dogma que fuera de la Iglesia no hay salvación. “Extra Ecclesiam nulla salus”. Y sobre esto hablaron numerosos papas. Desde el Concilio Vaticano II se hace hincapié en conceptos teologales como el de la ignorancia insalvable o el bautismo de deseo… César Vidal (protestante, ya lo sé) habló en un artículo de las manidas preguntas de la gente tipo “¿y los esquimales, si jamás han oído hablar de Cristo, se pueden salvar?” Pues estos conceptos teológicos de los que he hablado les dan la posibilidad de salvarse mientras tengan nulas posibilidades de conocer a Cristo y sigan el camino del bien, comúnmente definido como leyes naturales. Últimamente esta posibilidad se amplia de tal manera que cualquier persona mientras haga el bien se puede salvar. Pero siendo honestos, esto es estirar tanto la goma que acaba dándose la vuelta, porque es más que evidente que al final el dogma inicial no tiene nada que ver con la interpretación de hoy día. Ni tiene que ver con el dogma, ni tiene que ver con las palabras de Jesús y de los apóstoles.

Si seguimos al pie de la letra esta interpretación acabamos por no tener ninguna obligación moral de obedecer a la Iglesia, de estar en permanente contacto con los sacramentos, de seguir a Jesús o de creer en Dios. Lo que es absurdo. Para eso Cristo se hubiera ahorrado su sacrificio. Sé que nos salvamos por la Misericordia, y no sabría definir con exactitud la línea roja entre el dogma y la posibilidad de salvación mediante estos casos excepcionales, pero al menos sé que lo que no tiene sentido es que bajo una misma fórmula dogmática se defienda una cosa y la contraria.

Desde luego es evidente que, aun contando con la misericordia de Jesús, quien esté fuera del Evangelio se encuentra en gravísimo peligro de condenación y siempre será apremiante la conversión del prójimo. Que no es lo mismo el concepto de un Dios Católico y trino que de un Dios padre que no contempla la trinidad. Ni de un Dios amor que de un Dios sediento de sangre. ¿Y hace falta repetir la frase lapidaria de que quien niega al Hijo niega al Padre? Por no contar también con los que niegan al Padre directamente. A lo mejor pronto se rizará tanto el rizo que se afirmará que los ateos y los católicos creemos en lo mismo.

Pues eso. Es más que necesaria la conversión de los judíos. Y de los mahometanos, budistas, protestantes y ateos. Con el agravante de que los judíos sí conocieron a Jesús, al contrario de los esquimales de Vidal, y lo negaron y lo siguen negando.  


Oremus et pro Judæis. Amen.

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